Wednesday, January 03, 2007

Recomendaciones Musicales

CANCIONES DURAS: EL REGRESO DE TOM WAITS.
LUEGO DE DOCE AÑOS SIN GRABAR, TOM WAITS EDITÓ A FINES DE 2004 UN NUEVO TRABAJO, "REAL GONE", DONDE VUELVE - MÁS VIEJO Y MÁS SABIO - A NARRAR CON SU VOZ GRAVE HISTORIAS DE DERROTAS Y DESAMPAROS. UNA POÉTICA BASTARDA QUE CONTINÚA TRANSITANDO CON COHERENCIA POR EL LADO MÁS SOMBRÍO DEL GRAN SUEÑO AMERICANO.


Vive en el Lejano Oeste americano y su perfil intelectual es el de un beatnik tardío, una especie de Kerouac de la canción: un sobreviviente. Alguna vez dijo que, de joven, soñaba con ser viejo. Por entonces tenía 24 años -y ya un par de hermosos discos en las bateas- y quería ser un sabio de 50. Ahora tiene 56 y finalmente su voz es la de su edad; sus letras, las de su memoria poblada de personajes reales e imaginarios; su figura, la que uno imagina para un tipo nacido a fines de los 40. Hasta podría decirse que se mantiene bien. Su desaliño es más creíble que muchas superproducciones físicas. Justo en el momento en que el mercado de la biotecnología está hablando de extender la medida de lo humano más allá del reloj biológico -siempre habrá gente que compre promesas de eternidad-, Waits parece vivir con abismal realismo, en ese aquí y ahora que reflejan sus canciones. “Componer canciones es como vaciar tus bolsillos sobre la mesa y contar qué es lo que tenés”, ha dicho a modo de poética.
Tom Waits vuelve a la ceremonia del estreno. No grababa desde el 2002, cuando lanzó Alice y Bloody money, ese estupendo combinado de suavidad y aspereza. Su álbum número 18 -cifra estimativa, ya que podría acrecentarse si se consideraran algunas antologías y discos revisitados- se llama Real Gone, se extiende a lo largo de 72 minutos y no trae música confortable, de esa que uno pondría en una cena romántica o en una reunión de amigos. Real Gone empieza con toda la dureza de la que Waits es capaz: la dureza de su voz enturbiada por una trama de sonidos secos e indómitos En cuanto a las letras, “Dead and lovely” es una de las mejores: narra la muerte joven de Carol Wayne, una chica sexy del Tonight Show. Escuchamos la voz desencantada, de personaje duro, en máximas como esta: “No dejes que un beso te enloquezca/ Nunca te cases por amor...”.
Sobre la base de guitarras, bajo y percusión, más un desordenado plantel de aplausos y voces de amigos y curiosos, Real Gone se va descubriendo de a poco, como suele suceder con los discos que perduran. Sus motivos son esencialmente rítmicos, sobre patrones binarios que recuerdan, en simultaneidad geográfica, las danzas mediterráneas y el blues rural. El disco tiene un sonido sucio, casi un mal sonido, como si se tratase de una sintonía confusa, a medio camino entre dos emisoras de AM. Al igual que en sus otros discos, Waits confía más en la elaboración casera, en el bricolage sonoro, que en los trámites de la música profesional. En ese sentido, sus canciones son como su cuerpo: un testimonio del paso del tiempo. A diferencia de sus más ilustres colegas, Waits rechaza el brillo de un buen arreglo, al menos en esta etapa de su vida. Su rusticidad, empero, no es iconoclasta ni reaccionaria. Viene de la electricidad (finalmente, del laboratorio), con la excepción de “Day after tomorrow”, una balada acústica pacifista que bien podría haber escrito el Dylan de los comienzos. Que un cantautor que compone en el campo, virtualmente alejado de la tecnología y siempre fugado de la prensa, logre sus mejores imágenes sonoras con guitarras eléctricas y distorsiones vocales, con fantasmagóricos juegos de bandejas gira discos raspando la superficie del sonido, es una paradoja netamente rockera. En ese punto, Waits es un rockero de ley.

Del restaurante al disco

Nace el 7 de diciembre de 1949 en Pomona, California. Mudanzas permanentes por el Oeste y divorcio de los padres marcan la subjetividad del niño Tom, que pronto se vuelve laboralmente ubicuo e inestable. En poco tiempo muda de oficios (de bombero a lava-autos; de pizzero a heladero), hasta que en un restaurante descubre, mediante una juke box con discos de blues y canciones americanas, la posibilidad de hacer de sus vagas lecciones de música una profesión de tiempo completo. Cuando graba Closing time, su primer disco, admira a los clientes que suelen recaer en The Heritage, el club de Los Angeles que lo tiene de portero: Joni Mitchell, Elton John y especialmente el extraño Captain Beefheart, con el que críticos del futuro lo compararán, de vez en cuando.
Pero Tom tiene clase propia. Compone canciones de perdedores y borrachos californianos - que aparentemente difieren de los neoyorquinos - y se revela como un intérprete increíblemente maduro, para su edad. Mientras los veinteañeros de los 70 sueñan con la fama de Los Ramones, él escucha con devoción los discos Capitol de Frank Sinatra. Después llega The heart of Saturday night, su segundo y mal valorado trabajo. Su estética es como la del jazz : más inclusiva que expulsora ; está llena de guiños contemporáneos y se alimenta de cierto romanticismo suburbano : cuando está en el corazón de la ciudad - el escenario de sus primeras canciones, de sus primeros personajes -, Waits siente añoranza por la vida apacible del campo, y cuando habita el campo no logra escapar del imaginario urbano.
Con los años, su música se oscurece, su voz se torna áspera y el crooner deja su sitio al artista expresionista que aúlla canciones y las pone en un contexto teatral. Es el Waits de sus discos más aclamados, el que va de Rain dogs (1985) a Bone Machine (1992), pasando por Big Time, banda sonora de una película tan personal como extraña. Sus letras empiezan a tener más peso : su nombre circula por los ambientes literarios y sus historias se escuchan como cuentos de perdidos y perdedores. Hace un poco de cine con Jim Jarmuch, Robert Altman y Francis Ford Coppola - es el “socio” de Drácula, entre otros bolitos - y pasa a ser personaje de la fauna artística norteamericana. Pero escapa antes de caer en sus fauces. Se recluye en una granja próxima a Los Angeles, donde con su mujer Kathleen Brennan escribe y graba, desde el disco Sworfishstrombones, canciones desnudas, generalmente asistidas por la guitarra inteligente de Marc Ribot.
Para la industria, Waits no produce lo suficiente, es un creador perezoso, que graba menos de lo que quisieran los productores, aunque los paréntesis entre disco y disco no hacen otra cosa que aumentar las expectativas y generar artículos periodísticos en todo el mundo, mientras el clisé “el cantante de voz aguardentosa” prolifera sin pudor. Lo cierto es que cada novedad de Waits es una fiesta fuera de programa; un motivo de felicidad. Real Gone llega después de tres años de silencio.

Experimentando con la canción

Desde mediados de los 80, Waits trabaja la letra y la música con amplios márgenes para la experimentación. Sus textos no son meros significantes rítmicos, sino verdaderos poemas narrativos, que resisten bien la lectura sin música. En sus canciones introduce otros ritmos y acentos, interpone instrumentaciones neblinosas en medio de las estrofas y desarrolla un recitativo bronco pero casi nunca descortés. Su voz se extrema en tesitura y color, se fuerza más allá de la garganta, pero aún así conserva rastros de un melodismo que alguna vez iluminó el mundo de la canción. Talladas a partir de frases hímnicas o coloquiales -el pasaje entre unas y otras nunca es del todo claro-, estas canciones se exponen mejor al tarareo, al remanente melódico, que a la entonación certera. Si en un comienzo Waits tenía en cuenta el paradigma del standard jazzero, con los años se fue internando más y más en los abismos del blues gutural, el de John Lee Hooker y Howlin Woolf. No para hacer versiones blancas de músicas negras, sino para adueñarse de esos sonidos que siguen percutiendo en su memoria, obsesivamente. Lo mismo sucede con otras influencias; con la de Kurt Weill, por ejemplo. También allí tenemos a un Waits que no pretende remozar la canción de cabaret. En definitiva, sus canciones llevan polvo de carreteras y luces de motel. Son canciones absolutamente norteamericanas, en la acepción menos convencional de lo norteamericano.
El lugar que Waits se ha inventado en la cultura rock es sin duda original. Podríamos decir, a riesgo de sonar un poco conservadores, que el autor de Mule Variations se inspira en lo mejor de esa cultura, en sus hitos artísticos, en sus mayores compromisos estéticos. Él puede componer canciones de tres acordes, pero se las ingeniará para volverlas sutiles, para dibujar bajo la superficie un subtexto interesante, una provocación que vaya más allá del grito. Por eso, lo suyo nunca cayó ni caerá en la taxonomía del mercado ni en las veleidades nominales de la crítica. Ni post-punk, ni new wave, ni rock de garage... Tom Waits es Tom Waits, y poco más se puede agregar a la hora de los títulos.
Sin piano y sin virtuosismo, Real Gone se erige como un disco ascético y en cierto modo de síntesis. Todos los Waits pasados están aquí presentes, reducidos a su expresión básica, puestos en un registro exasperado.


1 comment:

Anonymous said...

Aquí flipando.
Allí te dejo una respuesta de momento :)
un saludo
KSNDR