La vida iba tan rápida,
tan convulsa que no te
tomé la matrícula.
Deshojaba arboles con la
mirada;
derrumbaba muros con mis
manos
y comprendí que la
solución
era simplemente una idea
vacía.
La agitación era tal
que no pude frenar
y me encerraba en mis
viejos refugios
para mantenerlo todo
intacto.
Tus gestos y palabras
y sobre todo tu ausencia
de experiencia
no dejaron paso al inmenso
vacío,
vacío que hice mío, que
no entendías,
que no mirabas y que no
escuchabas.
Yo engullía,
tu observabas,
criticabas.
La vida iba tan rápida,
que me la quería comer
y me atraganté.