No conozco prisión que coarte mi libertad,
Ni diccionario que detenga mis palabras.
Por eso créeme cuando te digo
Que entiendo cuando hablo
De amor.
Al colgar el teléfono me estaba preguntado cual era el motivo de mi tristeza ¿había realmente motivo? Todos tenemos un mecanismo de supervivencia y yo necesitaba con urgencia encontrar los míos.
Tras varios días vagabundeando en mi otro yo, era el momento de salir de la cama y tomar una decisión, dejar a un lado la apatía y salir a la calle y decir: “señoras, señores, para bien o para mal, aquí estoy yo!”
Era todo tan perfecto en mi mente, era todo tan real, que podría haberlo descrito con milimétrica exactitud todos y cada uno de los detalles, pero resultaba ser que en realidad todo estaba en mi mente; y sí avanzar cuesta a unos cuantos nos cuesta mucho mas.
Así que como es costumbre en mi, decidí llamarte, contarte todo lo que me pasa, practicar el monologo al que tan acostumbrada estas y tú, paciente, atenta, condescendiente, amable, inteligente, me escuchaste y me expusiste tus teorías a todas mis dudas y me diste razones contundentes, claras que me dejaron parado, sin saber cómo actuar y reaccioné con una medio sonrisa y pensando para mis adentros “cuanta razón tienes”, y sin demostrarlo colgué de forma apresurada, porque estaba siendo consciente que poco a poco se iba acercando más y más esa tristeza que a todos nos sobrevuela un lunes de diciembre por la mañana; y aunque todo parecía estar un poco más claro, realmente estaba muy perdido y puede que ese sea el motivo de mi pregunta inicial;si aun así no lo tengo claro, te ruego que estés atenta al teléfono, puede que no tarde en sonar.
¿Quien puede detenerlos cuando estos llaman a tu puerta?
Son como un huracán que lo arrasan todo, que lo destrozan todo,
Que por donde pasan, nada vuelve a crecer.
El ritmo de contención lo tienes aprendido, memorizado
E incluso grabado a fuego lento en tu cabeza,
Porque sabes que los pasos son fundamentales,
Porque antes de correr, hay que aprender a andar.
¿Quién puede pararlos cuando estos se vuelcan por tus labios
Cuando guían tus manos, tus dedos, tus pies, tus ojos,
Tus pensamientos?
Conozco las consecuencias y si, son inevitables
Y pago la factura de todo este gasto, de toda
Esta verborrea mental y no tengo más remedio
Que decirme a mí mismo:
“impulsos sois unos hijos de puta”
Lucho cada día por estar aquí
Por no desvanecerme sin dejar rastro
Por no diluirme entre esta espesa niebla
Por seguir y continuar
Y entonces lo veo y te digo
“no lo toques, déjalo como está!
Así, esta bien,
“no lo toques, déjalo como está”
Entierro todos racimos de esperanza
Y me regalan cada noche tarjetas de visita
Y lo miro y pienso en ti
Aunque sé que eso nunca será así
Y entonces lo veo y te digo
“no lo toques, déjalo como está!
Así, esta bien,
“no lo toques, déjalo como está”
Y cierro los ojos y no lo consigo
Me es imposible y llega y se marcha
Pero sigue estando sin estar
Y aunque empieza con la i, debería ser d
Y entonces lo veo y te digo
“no lo toques, déjalo como está!
Así, esta bien,
“no lo toques, déjalo como está”
lucho cada día por entender
y dar forma a este cuaderno
medio abandonado y no evaporarme
sin dejar rastro
Había llegado a su casa poco después de la medianoche. Se tendió a fumar en la cama, vestida, encendiendo un cigarrillo con la colilla del otro para dar tiempo a que el terminara la carta que ella sabía larga y difícil, y poco antes de las tres, cuando empezaron a aullar los perros, puso en el fogón el agua para el café, se vistió de luto cerrado y cortó en el patio la primera rosa de la madrugada. El doctor Urbino se había dado cuenta desde hacía rato de cuanto iba a repudiar el recuerdo de aquella mujer irredimible, y creía conocer el motivo: solo una persona sin principios podía ser tan complaciente con el dolor.
G.G.M
El amor en los tiempos del cólera